¡Una cajera del banco me robó $8200 sin saber que mi hijo es su gerente!
¡¡Me robó!!
Nunca pensé que viviría para ver el día en que un cajero de banco me robara directamente. Pero allí estaba yo, de pie ante la ventanilla, con las manos temblorosas, no por la edad, sino por la rabia.
Le había dado a esa chica $8200 en efectivo, y ahora se comportaba como si yo fuera una anciana confundida que se lo había imaginado todo. "
Señora, no tengo ni idea de lo que me está hablando", me dijo, dedicándome una falsa y dulce sonrisa.
Pero estaba a punto de descubrir exactamente con quién estaba tratando. Porque en cuanto llamé a mi hijo, el director de la sucursal, ¡empezó a acusarnos!
Alejarse de la ira
Me alejé del mostrador, echando humo a cada paso. El descaro de aquella chica era asombroso. Aún podía sentir su mirada en mi espalda, como si me desafiara a montar una escena.
Los demás clientes charlaban abiertamente, ajenos al torbellino de emociones que se agitaba en mí. Sin perder la calma, busqué un banco cerca de la entrada y me senté.
¿Y ahora qué? murmuré para mis adentros, sintiendo que la semilla de la determinación empezaba a brotar.
Considerar mis próximos pasos
Sentada en el banco, observé el vestíbulo, intentando calmarme y pensar con claridad. Mi confianza en la gente se había resentido, pero no iba a dejar pasar esto.
Golpeé con los dedos el frío metal del banco. Puedes hacerlo", susurré. Me vinieron a la mente recuerdos de situaciones más difíciles y de mi hijo Jeff.
Era hora de dar un paso, uno grande.
Batallas invisibles dentro de mí
A mi alrededor, la gente seguía como si no hubiera ocurrido nada extraordinario. Envidiaba su ignorancia, mientras mi interior se agitaba.
Me ajusté las gafas y miré a la cajera. Parecía imperturbable. ¿Podría dejarlo pasar así como así? Desde luego que no.
Saqué el teléfono del bolso y sentí que pesaba más de lo normal. Era hora de llamar a la única persona que podía ayudarme a arreglar las cosas.
Una llamada a mi hijo Jeff
Mis dedos se movieron rápidamente mientras marcaba el número de Jeff. No era sólo mi hijo; era un faro de esperanza.
Sonó el teléfono y respiré hondo. ¿Cuántas veces había acudido él para salvar el día? Esta vez no iba a ser diferente.
Cuando la línea se conectó, me invadió una sensación de alivio. Mamá -respondió, con voz firme y tranquilizadora.
Sabía que me había comunicado y que la ayuda estaba en el horizonte.